’Catón’

La carta que no escribí

La carta que no escribí
Periodismo
Enero 13, 2019 16:35 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

La Universidad Santa Fe, de Guanajuato, le puso mi nombre a una de sus aulas. Yo siento un secreto rubor por tales homenajes, pues me conozco bien y sé que estoy lejos de merecerlos. Pero ¿quién soy yo para negarme a las bondades de mi prójimo? Además no es cosa de ir por ahí perpetuamente ruborizado, de modo que agradecí aquel acto como Dios me dio a entender, y luego acompañé a mis anfitriones en un recorrido por la Universidad.

El sitio que más me gustó fue una sala, discreta y en penumbra como capilla, en cuyas paredes hay centenares de pequeñas gavetas de metal, capaz cada una de contener solamente un pliego de papel. Y es que cada alumno de esa Universidad al concluir sus estudios hace una carta dirigida a sí mismo, y la deposita en su gaveta personal. En esa carta el graduado enumera los objetivos que se propone cumplir en 5 años, en 10, en 20, y así hasta enunciar todas las metas que en la vida desea conseguir. Únicamente el estudiante tiene la llave de su gaveta; nadie más la puede abrir ni leer aquella carta. Pasados los años vuelven los exalumnos a su Alma Mater, leen su carta en la perfecta soledad de aquella cámara y determinan si han cumplido los propósitos que se fijaron al salir de la Universidad.

A mí, la verdad, me daría miedo redactar un documento igual. Toda mi vida ha sido de improvisaciones; me siento ajeno a cualquier sistema u orden. No soy el Discurso del Método; soy la deshilvanada palabrería del azar. Ni siquiera recuerdo lo que quería hacer –lo que quería ser– al salir de la Universidad. Estoy seguro de que regresaría a buscar mi carta y encontraría en ella una larga relación de fines que ni siquiera comenzaron.

Por eso tampoco me hice ahora propósitos de Año Nuevo. Me preguntaban: ’¿Qué quieres para este año?’. Y respondía con laconismo desacostumbrado: ’Vivir’. ¿Acaso puedo pedir más cuando veo caer el rayo en torno mío y oigo en el aire cortantes ruidos como de guadaña?

Admiro, sí, a los que tienen hecho el mapa de su vida en papel cuadriculado. No desconozco las virtudes de la planeación, y doy la razón a los motivadores cuando dicen que hay que fijarse metas a corto, mediano y largo plazo. Las metas que yo me fijo son a plazo cortísimo. La que ahora tengo, por ejemplo, es terminar de escribir este artículo. Después ya Dios dirá. Eso no es dejadez, abandono ni pereza de alma. No digo como Manuel Machado en su poema ’Adelfos’: ’Que la vida me traiga y la vida me lleve, ya que yo no me tomo la pena de vivir’. Yo sí me tomo la pena de vivir, pues desde que nací empecé a tomarme la pena de morir, y cada goce de la vida es una mueca desdeñosa que le hacemos a la muerte. Pero no planifico yo esos goces, que se me aparecen, igual que los bellos rincones de Guanajuato, a la vuelta de la esquina, como sorpresa jubilosa.

Déjenme entonces manifestarle mi admiración a aquel pequeño señor que el primer día de enero, a eso del mediodía, llegó a su casa del brazo de una estupenda rubia. Le dijo el señorcito a su estupefacta esposa: ’Vieja: ¡te presento a mi propósito de Año Nuevo!’.

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